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HISTORIA DE ACCIÓN CULTURAL POPULAR

"La gente no sabía que llegaría un hombre con esa visión. Él llegó como acompañante del sacerdote destinado para el municipio de Sutatenza. Al ver la pobreza en que se encontraban los campesinos, decidió tomar la iniciativa para sacarlos de ella. Cuando empezó a celebrar las misas en remplazo del padre y observó la situación precaria en que se encontraba la comunidad, pensó en la idea de fundar una emisora que impartiera en la población campesina la educación fundamental integral", expresó Miguel Ramírez, sentado en una silla plástica azul que sostenía su chaqueta de cuero desgastado, un hombre de 50 años que hizo parte del proyecto creado por Salcedo.

Según el libro ACPO  'Radio Sutatenza' del escritor Hernando Bernal Alarcón, este pueblo fue el escenario de una organización que implementó los medios de comunicación social, principalmente la radiodifusión, como un objetivo específicamente educativo. En su imagen pública este proyecto fue reconocido como Radio Sutatenza de Colombia. En su expresión funcional se le denominó como Las Escuelas Radiofónicas. Desde su planteamiento filosófico y sociológico e incluso en el título de su personería jurídica, se le conoció como Acción Cultural Popular, ACPO, una propuesta en la que la radio fue protagonista del progreso y el mejoramiento de la comunidad. –Las escuelas radiofónicas empezaron en 1947, el fundador de Acción Cultural Popular fue Monseñor José Joaquín Salcedo, natal de Corrales, Boyacá– explicó Eliecer Solano, en la sala de reuniones de la Alcaldía de Sutatenza, , uno de los primeros estudiantes beneficiados por la institución ACPO.

José Joaquín obtuvo gran acogida por parte de los campesinos, ellos encontraron en él a una persona servicial y comprensiva que se interesaba por la educación del pueblo, expresó Miguel Ramírez de manera cautivante el momento en que se realizó la primera transmisión del programa de Las Escuelas Radiofónicas.

-Monseñor Salcedo fue un líder con una inteligencia virtuosa que cualquiera de los hombres no tenemos en la tierra. Él consiguió un transmisor en el 47’ y lo instaló en la vereda de Irzón de Sutatenza junto con un equipo que llevaba la señal. Fue en ese momento cuando surgió la primera enseñanza por radio.- A tres cuadras del lugar en donde Miguel se hallaba sentado, Eliecer parecía que cruzaba palabras con él, sus expresiones se fusionaban complementado así una a la otra de manera asombrosa.

-Eso fue una novedad para todos los campesinos, porque aquí, qué radio ni que nada… Era una gran cantidad de gente la que asistió solo para oírlo, había hasta unas cien personas y también unas viejitas preguntado “¿pero dónde está el padre Salcedo que lo escuchamos hablar pero no lo vemos?– según el relato de Hernando Bernal Alarcón, el día 16 de noviembre de 1947, José Joaquín intentó el primer ensayo de transmisión dirigido a la vereda de Irzón. Los campesinos al escuchar que la voz del cura se desprendía de aquella caja de madera, se alejaron presurosamente del artefacto pensando por su tradicionalismo religioso que era obra de Belcebú. El programa de aquel día duró apenas 30 minutos, un tiempo corto pero valioso, un tiempo que se iría extendiendo a medida que los días transitarían. Fue arduo el trabajo para explicar a la población (instruida por Salcedo fechas atrás), que lo ocurrido era algo íntegramente normal; la comunidad no debía tener miedo de la radio porque este sería el implemento por donde recibirían su educación.

"Este pueblo era novato, aquí muchos no sabían escribir ni tampoco leer, y gracias a monseñor fue que aprendieron", dijo María Elvira Alfonso, una mujer de cabello blanco, con arrugas que desfilan por su cuerpo y con manos ásperas que retratan la ardua tarea que desarrolló como ecónoma en la institución ACPO desde la década de los 50’.

El comienzo

Es sábado 23 de Agosto de 1947, el cura José Joaquín Salcedo se dirige hacia el municipio de Sutatenza en un bus destartalado y remendado con tonalidades vivas junto con un grupo de campesinos ataviados de ruanas y canastos de productos agrícolas. Caminos destapados, pigmentos innatos que emergían de las inmensas montañas, memorias oclusivas resguardadas por las arenas del tiempo, y un aire caliente que de manera dicotómica se tornaba sofocante y relajante a la vez.

 

José Joaquín era un pasajero más dentro de ese autobús, pero en realidad no era como los demás; sus inquietantes ojos en busca de un punto que desatara la hecatombe en su cosmos, acentuaban su escuálido y pálido rostro. Parecía casi esporádico el momento en que Salcedo llegó a aquel lugar, aquel lugar del que ahora formaba parte, aquel lugar que nunca lo habría de olvidar…

La construcción

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